Ruidocracia 13 y 14 de Diciembre
“1. ¿Qué hostias es el ruido?
Precisamente por su indeterminación el ruido es una de las
actividades /prácticas humanas más sensitivas.
Intentar definirlo o convertirlo en un género
es tan asqueroso como creer en la democracia.”
Mattin Theses on Noise
En una entrevista a Mattin se comentaba cómo se ha llegado a cierta saturación en la grabación y edición de material de improvisación . “10. La explotación económica continúa incluso cuando la producción no genera ningún objeto material. El proceso en sí mismo de hacer ruido, se ha convertido en objeto de valor mercantil simbólico y financiero” . Si entendemos la música, y el ruido en mayor medida, como información pura, inclasificable dentro de la teoría económica de la escasez de recursos (Attali) , su producción y, sobre todo, su sobreabundancia, serían, respectivamente, una actividad y un hecho anti-productivos y no alimentarían el mercado que en su libertad nos lleva, felizmente, por la vía del progreso.
Digámoslo de otro modo; ateniéndonos al significado del ruido como contaminación acústica. Ruidos.org La lucha contra el ruido, una web dedicada a dar información sobre lo pernicioso del ruido y sobre modos de lucha legal contra él, establece que el ruido provoca estrés, trastornos del sueño y dificultad de comunicación. Estos efectos provocan una serie de inoperancias sociales que llevan, según la organización, al retraso económico y social que producen, a su vez, más ruido, concluyendo que “No es casualidad que los países y regiones menos desarrollados sean también los más ruidosos.”
Aunque aparentemente ridícula, esta fantasía caucasiana tiene la particularidad de colocar al ruido como articulador o desestabilizador de la producción y el progreso en las sociedades occidentales, a la vez que se asocia en la web a otras actividades improductivas como beber en la calle o divertirse.
Lo que diferenciaría al ruido del que hablamos en el primer párrafo de este otro, sería que, mientras uno se produce con intención estética, el segundo sería el resultado incontrolado de una actividad desordenada.
El ruido afectaría pues, por un lado, a la economía desde el ámbito estético, como información pura no susceptible de ser explotada por ciertos valores mercantiles, y como un desestabilizador del progreso social en las sociedades capitalistas, por el otro. En ambos casos produce una escisión de las estructuras en las que se inscribe, rompiendo tanto el flujo de mercantilización como el funcionamiento de la productividad.
Podemos ir más allá y ver una relación entre estos dos ámbitos aparentemente opuestos. Según Ruido.org, existe una clase de ruido que, como en el caso estético, contiene cierto mensaje que transmite información. “La alarma –escriben- es una clase de comunicación: es la comunicación de que ocurre algo amenazante, a lo que urge prestar atención inmediata, con el consiguiente abandono de la ocupación en curso e incluso del descanso.”
Podríamos decir que frente al resto de la creación sonora, el ruido expresa una llamada de atención, un imperativo que altera la escucha distraída que ofrecen algunas músicas comerciales; aquellas que permiten desarrollar las actividades propias de la cotidianidad, alentando en algunos casos al consumo y al descanso. Se produce así una tercera escisión, esta vez dentro del modo de escucha tradicional de la música.
Cabe preguntarse qué se puede deducir de esta sobreabundancia de mensajes de alarma, más allá del valor fenomenológico que en el espectáculo ruidista, suele poner a prueba la capacidad de escucha del espectador. Si atendemos a lo dicho hasta ahora, habría en ello cierta oposición a la verticalidad con que los órdenes estéticos se dirigen. Frente a la música impuesta por el poder para engrasar correctamente la maquinaria de producción, surgen una infinidad de voces disonantes, de alarma, que invierten el sentido en que la información debería ser recibida. Una operación micropolítica que reclama en la horizontalidad, al menos dentro del orden de la escucha, el valor y el poder de la voz de cualquiera. Esta sobreabundancia de voces, se constituirá entonces como antiproductiva, no permitiendo la organización estilística y por tanto su asignación a un público compartimentado según sus hábitos de consumo.
Quizás sea iluso suponer que esta inversión en la producción y recepción del sonido sea reflejo del comportamiento social que lo impulsa, o de la ideología que lo sustenta. Sin embargo hay algo en ese uso de la voz de alarma que recuerda a aquello que se supone que era la democracia, antes que una mascarada representativa que coartada del neoliberalismo. En una entrevista reciente sobre su libro El odio a la democracia Jacques Ranciere explicaba la diferencia entre la lógica de la policía y la política. La primera según Ranciere “estructura las colectividades humanas como una totalidad compuesta de partes, con funciones y lugares que corresponden a esas funciones […].La lógica de policía asume hoy la forma de una sólida alianza entre la oligarquía estatal y la oligarquía económica.” Por otra parte “la política comienza precisamente cuando se sale de ese modo funcional: de ahí que afirme que el pueblo, el demos, no es la población, pero tampoco los pobres. El demos son la gens de rien, los que no cuentan, es decir, no necesariamente los excluidos, los miserables, sino cualquiera. Mi idea es que la política comienza cuando nacen sujetos políticos que ya no definen ninguna particularidad social, sino que definen, por el contrario, el poder de cualquiera”.
Digámoslo de otro modo; ateniéndonos al significado del ruido como contaminación acústica. Ruidos.org La lucha contra el ruido, una web dedicada a dar información sobre lo pernicioso del ruido y sobre modos de lucha legal contra él, establece que el ruido provoca estrés, trastornos del sueño y dificultad de comunicación. Estos efectos provocan una serie de inoperancias sociales que llevan, según la organización, al retraso económico y social que producen, a su vez, más ruido, concluyendo que “No es casualidad que los países y regiones menos desarrollados sean también los más ruidosos.”
Aunque aparentemente ridícula, esta fantasía caucasiana tiene la particularidad de colocar al ruido como articulador o desestabilizador de la producción y el progreso en las sociedades occidentales, a la vez que se asocia en la web a otras actividades improductivas como beber en la calle o divertirse.
Lo que diferenciaría al ruido del que hablamos en el primer párrafo de este otro, sería que, mientras uno se produce con intención estética, el segundo sería el resultado incontrolado de una actividad desordenada.
El ruido afectaría pues, por un lado, a la economía desde el ámbito estético, como información pura no susceptible de ser explotada por ciertos valores mercantiles, y como un desestabilizador del progreso social en las sociedades capitalistas, por el otro. En ambos casos produce una escisión de las estructuras en las que se inscribe, rompiendo tanto el flujo de mercantilización como el funcionamiento de la productividad.
Podemos ir más allá y ver una relación entre estos dos ámbitos aparentemente opuestos. Según Ruido.org, existe una clase de ruido que, como en el caso estético, contiene cierto mensaje que transmite información. “La alarma –escriben- es una clase de comunicación: es la comunicación de que ocurre algo amenazante, a lo que urge prestar atención inmediata, con el consiguiente abandono de la ocupación en curso e incluso del descanso.”
Podríamos decir que frente al resto de la creación sonora, el ruido expresa una llamada de atención, un imperativo que altera la escucha distraída que ofrecen algunas músicas comerciales; aquellas que permiten desarrollar las actividades propias de la cotidianidad, alentando en algunos casos al consumo y al descanso. Se produce así una tercera escisión, esta vez dentro del modo de escucha tradicional de la música.
Cabe preguntarse qué se puede deducir de esta sobreabundancia de mensajes de alarma, más allá del valor fenomenológico que en el espectáculo ruidista, suele poner a prueba la capacidad de escucha del espectador. Si atendemos a lo dicho hasta ahora, habría en ello cierta oposición a la verticalidad con que los órdenes estéticos se dirigen. Frente a la música impuesta por el poder para engrasar correctamente la maquinaria de producción, surgen una infinidad de voces disonantes, de alarma, que invierten el sentido en que la información debería ser recibida. Una operación micropolítica que reclama en la horizontalidad, al menos dentro del orden de la escucha, el valor y el poder de la voz de cualquiera. Esta sobreabundancia de voces, se constituirá entonces como antiproductiva, no permitiendo la organización estilística y por tanto su asignación a un público compartimentado según sus hábitos de consumo.
Quizás sea iluso suponer que esta inversión en la producción y recepción del sonido sea reflejo del comportamiento social que lo impulsa, o de la ideología que lo sustenta. Sin embargo hay algo en ese uso de la voz de alarma que recuerda a aquello que se supone que era la democracia, antes que una mascarada representativa que coartada del neoliberalismo. En una entrevista reciente sobre su libro El odio a la democracia Jacques Ranciere explicaba la diferencia entre la lógica de la policía y la política. La primera según Ranciere “estructura las colectividades humanas como una totalidad compuesta de partes, con funciones y lugares que corresponden a esas funciones […].La lógica de policía asume hoy la forma de una sólida alianza entre la oligarquía estatal y la oligarquía económica.” Por otra parte “la política comienza precisamente cuando se sale de ese modo funcional: de ahí que afirme que el pueblo, el demos, no es la población, pero tampoco los pobres. El demos son la gens de rien, los que no cuentan, es decir, no necesariamente los excluidos, los miserables, sino cualquiera. Mi idea es que la política comienza cuando nacen sujetos políticos que ya no definen ninguna particularidad social, sino que definen, por el contrario, el poder de cualquiera”.
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