domingo, 31 de mayo de 2009

There is a war I: Hay color








Día es sin duda su super favorito.

No se puede comparar.

Entrando en un Día, el olor de odio de clase te golpea de inmediato. Es el resentimiento pudo del trabajador de servicios, cagándose en la puta que pario al mundo y a todos los clientes. Lo hueles sólo entrar […].

Ni una maldita sonrisa, ese uniforme zarrapastroso, siempre sucio, y esas muecas de insatisfacción, vació y alienación que acaban desencadenando en una masacre en un centro comercial el día que hay un cruce de cables.

Día. No hay color.

[…]

Vaya Julian, cuanto tiempo que no se te ve. Julián tocado levemente, sale y mira a los ojos la grotesca forma que le sonríe la falsedad. Traje de un botón, corbata fucsia, raya al lado, zapatos negros planos de mocasín, manos flácidas y siempre sudadas. Tendría que haber evitado el encuentro. Siempre que coincide con su hermano en algún lugar la cosa acaba mal.

-Hola. Le contesta sin sonreir, mirando duro y a las pupilas-. ¿Qué haces aquí? Creía que los Día eran demasiado clase obrera para el Nuevo orden.

El hermano ríe tres veces tres veces tres veces, cada una má patética, más desesperada.

-A estas horas tendrías que estar en la librería del señor Pons, si no recuerdo mal.

-Lo he dejado

-Vaya por Dios- Y aparenta una sonrisa paternalista que nunca sale bien-. ¿Se lo has dicho a papá y a mamá?

-No.

-¿Se lo piensas decir algún día?

-Algún día. No me des la vara.

En el hilo musical empieza una versión instrumental del “Imagine” para ascensores. Orquestada sin ganas por alguna filarmónica triste, los compases deshidratados se posan sin convicción sobre las latas de conserva y las cajas de cereales.

La música pulverizada deambula por los pasillos sin que nadie le preste atención, diluyéndose en el aire antes de llegar a las orejas.

-No te doy la vara- continua el hermano- Pero algún día tendrás que plantearte un futuro. No puedes vivir a salto de mata toda la vida.

-¿Por qué no?- pregunta Julián.

-Porque la gente no vive así

-¿Qué gente?

-Toda la gente. La gente normal.

-¿Quien coño es normal? ¿Tú?

-Pues sí. Tengo un trabajo, tengo dinero...

Julián pone cara de inmenso aburrimiento. A lo lejos, en la caja, dos señoras discuten en voz alta sobre quien iba primera y la cajera quiere morir. En el hilo musical “Imagine” alcanza cotas inusitadas de horribilidad y palidez. Nadie la canta. A lo largo del día ha sonado cautrocientas veintidós veces.

Cuatrocientas veintidós.

Toda violines desvaídos y pianos de cola mortecinos, acordes agonizantes sin destino, tocados para ser aire, ruido de fondo, nada.

La peor canción del universo encogida por pre-lavados, apagada, lívida, hecha ácaros y oxígeno, condenada a flotar en los pasillos y salas de espera, hecha de clarinetes enfermos y violines gastados, su horror original diluido en cuatrocientas veintidós veces de no-escuchar y no-existir y vacío orquestal.

-No pongas esa cara- prosigue el hermano-. En la vida hay que ser algo. Si no acabarás como cualquiera de esos desgraciados que no tienen dónde caerse muertos.

-Yo no quiero ser nada

-¿Cómo que no? ¿Vas a seguir así toda tu vida, comprando discos que no conoce nadie, emborrachándote en Gracia, vestido como un payaso?

-A ti que coño te importa lo que hago o dejo de hacer

-Pues me importa

-Venga ya. No te pongas seminarista

-Les vas a dar un disgusto a papá y mamá. Cada vez que apareces con alguna locura ellos lo pasan mal. ¿Cuando vas a hacer algo de provecho?

El “Imagine” atomizado se vuelca e un no-crescendo final. Miles de no-notas se esparcen por el aire, mezclándose con el zumbido de los frigoríficos y el chirriar de los carros.

Infierno muzak

“Imagine hecha aerosol.

Horror en estado gaseoso.

-Hasta luego- dice Julián finalmente, dándose la vuelta para irse-. Dale recuerdos a papá y mamá.

-¡Vas a acabar mal, Julián!-. El hermano alza la voz, perdiendo un poco los nervios-. Vas a ser un desgraciado toda tu vida. Acabarás como un gitano, como uno de esos moros de mierda que recogen cartones por la calle.

Julián está a punto de contestar, pero nota una mano que le aparta suavemente. Cuando vuelve para ver quien es, hay un chico marroquí con uniforme del Día acercándose a su hermano […]

-¿Qué dises tú?- le pregunta al hermano, que se encoge como una anchoa reseca y sonríe pero que antes. Pero sin que le de tiempo a contestar, el chico se adelanta en un destello y le pega una patada en los huevos que suena en la tienda como un zumb apagado. Luego hay otro ruido, el de un cuerpo desplomándose, y otro, el de un sollozo infantil. Y uno más, el de unas latas de atún que el hermano ha tirado al caer [...]

Joder con los Día. No hay color.

El día que me vaya no se lo diré a nadie

Kiko Amat

Anagrama Barcelona 2003


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