Contaba Oriol Rossell en la conferencia dada sobre Japanoise a las 18:00 dentro del mismo festival experimenta, que este sometimiento que los músicos ruidistas imponen era algo así como una experiencia masoquista. Del mismo modo explicaba que este género podría ser fruto de la extrema represión social japonesa, del mismo modo que nació Gutai en los años 50 como grupo de pintura de acción.
Comentaba, para ir terminando, como los ruidistas de nuevas generaciones habían comenzado a trabajar con el sonido residual producido por los reproductores, las mesas y la instrumentalización digital. Se hacía oír de ese modo al fantasma en la máquina (tabula rasa inalcanzable de la naturaleza humana); una postura entre junk a parte de ese espiritualismo.
Es sencillo haberse dado cuenta de la esquizofrenia colectiva japonesa. Cuando a finales del siglo XIX el Imperio decidió reconvertirse al capitalismo emergente, mantuvo la estructura feudal convirtiéndola en empresarial. El señor pasó a ser empresario. Si bien esto no es privativo de Japón, si lo fue la rapidez, radicalidad y el modo en que desde el régimen fue dirigido tal movimiento. Luego vendría (entre otras) cosas la guerra, y el significativo alumbramiento de la tecnología y de las voces de las máquinas: el emperador Hiro Ito se rendía ante su pueblo a través de la radio.
Cuando escuchaban al emperador, no sólo escuchaban el discurso de Hiro Ito, también el grano del sonido radiofónico. Oír el medio junto (o por encima) del mensaje. Decía Marleau Ponty en El Ojo y el Espíritu, (antes de que McLuhan estableciese su máxima) que cuando miramos los azulejos en el suelo de una piscina, no vemos los azulejos, sino el agua que los proyecta.
El renqueante intento de entrar en la mentalidad occidental con el peso de las tradiciones más patrias, estalló por completo en los 90 con la tecnificación de las relaciones. La esquizofrenia, que es el síndrome de experimentar sucesos que no suceden, se tradujo en la virtualidad.
Ghost in the Shell (Masamune Shirow), era aquel ciborg que se preguntaba quien era (más o menos con el replicante de Blade Runner). Pero el la mejor ilustración de lo que estamos hablando la pone Sathosi Kon con Páprika y su serie Paranoia Agent. Las dos hablan del inconsciente colectivo japonés como un monstruo, que formalmente se representará de dos modos a cual más terrorífico. Páprika es un ataque epiléptico de deseos, de ofertas y de colores golosinosos. El fantasma de la paranoia es aparentemente mucho más oscuro, aunque como se revela al final es la imagen más mema de la alineación. Paranoia Agent abre con escenas de la vida rutinaria en que las personas se disculpan por el móvil de no poder hacer cualquier cosa; la excusa es el principio de la pereza, el comienza de la auto-alienación. De hecho uno de los personajes sufre una esquizofrenia mediada por una contestador automático (el momento más clarividente de la entrega).
Tanto la experiencia cromática fotovoltaica de Kon como el sometimiento corporal de Merzbow son aquello que en nuestra cultura Aldous Huxley encarnó en un pájaro. En La Isla, se describe una sociedad perfecta, alimentada del conocimiento de todas las civilizaciones. En toda la superficie boscosa de la Pali la población de pájaros repiten amaestrados siempre la misma palabra (la palabra con la que comienza y termina el libro), un llamamiento al aquí y ahora y al imperar las sensaciones: “¡Atención!”
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